lunes, 16 de diciembre de 2013

La traducción de elementos culturales en contextos especializados

Hace algunos días, surgió un debate en Twitter entre varios traductores (incluida una servidora) acerca de la traducción —o, mejor dicho, de la no traducción— de palabras de origen extranjero en ciertos ámbitos; en este caso particular, se trataba de la aparición en un folleto publicitario de una pastelería de extranjerismos tales como cupcakes, muffins y bagels.

Cualquiera que me conozca, no solo de forma profesional, sino también personal, sabrá que estoy bastante chapada a la antigua en lo que se refiere a la aceptación de extranjerismos en la lengua española e incluso —¡oh, sacrilegio!— soy firme defensora de la RAE en la mayoría de sus decisiones sobre este aspecto (¡por favor, no me peguéis!). Sin embargo, para sorpresa de muchos, en este debate en Twitter era yo la única que defendía la necesidad (sí, la necesidad) de que esos términos conservaran su forma inglesa (frente a posibles «traducciones» como «pastelitos» o «magdalenas») dentro de ese contexto. ¿Y por qué? Por algo mucho más importante que la pureza lingüística: su componente cultural. Cabe recalcar que la pastelería en cuestión estaba especializada en repostería estadounidense.

Probablemente, si habláramos de traducción literaria o audiovisual, se habría optado por otra solución bien distinta, que sería la más acertada. Pero un buen traductor debe saber adaptarse al contexto y al ámbito para el que traduce, y no es lo mismo traducir una novela que un folleto publicitario o un texto institucional. Cada uno de estos ámbitos trata los elementos culturales de forma bien distinta y adecuada para su fin. No voy a hablar de las clásicas técnicas de traducción de culturemas que todos hemos estudiado en la universidad ni voy a tratar la traducción literaria, pues es un ámbito tan amplio que sus soluciones ante esta cuestión son prácticamente infinitas, sino que analizaré la forma más habitual de tratar estos elementos culturales en distintas especialidades de la traducción.

Marketing y publicidad


Una de las respuestas ante mi defensa de los extranjerismos en el dichoso folleto repostero fue la siguiente: «Eso de poner palabras extranjeras es puro marketing». ¡Como si el marketing fuera algo malo! Es evidente que la función de un impreso publicitario es exclusivamente el marketing: no pretende entretenernos ni emocionarnos ni enseñarnos algo nuevo; su único propósito es puramente comercial. Y una de las reglas de oro en marketing es siempre hablar el idioma del mercado. Voy a seguir con el ejemplo de la pastelería, pero esto se podría aplicar a cualquier bien o servicio extranjero que se quiera vender en España.

Imaginaos que os encanta la repostería estadounidense y abrís una pastelería en la que vendéis dulces típicamente norteamericanos. Por supuesto, el local estará decorado al más puro estilo estadounidense, posiblemente con objetos traídos de aquel país, ya que querréis que vuestros clientes se sientan como si estuvieran visitando la pastelería más de moda de Nueva York. En este negocio, la cultura es un factor fundamental. ¿Vendéis lo mismo que una pastelería tradicional en la que puedes comprar magdalenas, buñuelos y huesos de santo? Es evidente que no. Y no solo porque quede mejor decir muffin que magdalena, sino porque se trata de productos distintos. Puede que en otro contexto no importe que la protagonista de una película se esté comiendo un pastelito en vez de un cupcake (de hecho, será de agradecer, porque dudo mucho que mi madre comprenda qué es lo que se está llevando a la boca esa señora), pero aquí es fundamental que tus futuros clientes, que buscarán un lugar donde imitar a las de Sexo en Nueva York y zamparse con toda la delicadeza del mundo un cupcake con glaseado rosa, sepan que no vendes pastelitos de colores cualesquiera, sino cupcakes. Si el público te pregunta en un idioma, respóndele en esa misma lengua; si no lo haces, se irá a otro lugar en el que sí le comprendan.

Igual que en un restaurante japonés comemos sushi (y no pescado crudo con arroz) y en un restaurante italiano pedimos tiramisú (no dulce de café), o desde las agencias de viajes se nos invita a visitar Múnich durante la Oktoberfest (y no la fiesta de la cerveza del mes de octubre), cuando se pretende vender un producto con fuertes raíces en una determinada cultura, esa cultura hay que respetarla de forma rigurosa, pues es precisamente eso, cultura, lo que estás vendiendo. Ahora bien, hay que adecuar la traducción a la cultura de llegada: puede que la totalidad del público objetivo de esta pastelería sepa lo que es un muffin, pero podéis dar por hecho que la mayoría de los clientes que acuden por primera vez al local de una cadena de comida rápida oriental que acaba de llegar a España desconocerá lo que es un pad thai, la salsa satay o el teppanyaki. Ah, ¿quién dijo que la traducción publicitaria era fácil?

Traducción científico-técnica


En un principio puede parecer que todo texto científico está exento de elementos culturales.Y, si bien es cierto que la naturaleza de estos textos no es tan propensa a culturemas como otros —al fin y al cabo, la ciencia es algo exacto y universal, ¿verdad?—, son los elementos estructurales los que marcan la diferencia entre distintas culturas. No hay ejemplo más claro que el de las citas bibliográficas, elemento omnipresente en cualquier documento de carácter científico: existen multitud de formas de hacerlas constar, pero cada país —cada cultura— suele utilizar una concreta, la más habitual. Si la estructura de las citas bibliográficas en la lengua de partida es distinta a la de la lengua de llegada, nuestro trabajo como traductores es adaptarla a nuestra cultura y utilizar el modelo de cita bibliográfica más habitual para nosotros.

También encontramos presencia de elementos culturales en la macroestructura del texto (las distintas divisiones de un texto científico) o la sintaxis de la oración (por ejemplo, la presencia constante de pasivas en los textos científicos en inglés). En traducción científica, todos estos elementos culturales se deben adaptar a la lengua de llegada, pues en este contexto, a diferencia de la traducción publicitaria, no es necesario mantenerlos para conseguir el objetivo que pretende el texto original.

Traducción institucional


En el caso de la traducción institucional, es muy habitual encontrar elementos culturales por doquier, en particular en forma de nombres de instituciones, topónimos, cargos políticos, divisiones administrativas, etc. Y su traducción siempre supone un gran dilema, pues, por ejemplo, una traducción literal no es siempre el equivalente más cercano (el famoso caso de los Secretaries). Vamos a ver qué se suele hacer.

En contextos en los que existen relaciones institucionales habituales entre el país de la lengua de partida y el de la lengua de llegada —por ejemplo, dentro de la Unión Europea o la mayoría de los países europeos con Estados Unidos, o en organismos internacionales como la ONU— se han acuñado traducciones establecidas para ciertos organismos, instituciones o partidos políticos. Es decir, esos elementos culturales cuentan con una traducción «oficial» (la oficialidad se la proporciona su presencia en documentos institucionales) en la lengua de llegada que se suele respetar; por ejemplo, nos encontramos con los casos de la Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel, la Secretaría de Estado de los EE. UU. o los departamentos en los que está dividido el territorio francés. Este tipo de traducciones acuñadas suelen destacar por su literalidad: son traducciones literales en las que no se ha tenido en cuenta su adaptación a la cultura meta. Es cierto que el partido de derechas mayoritario en Alemania correspondería a lo que aquí es el Partido Popular, que la Secretaría de Estado es algo radicalmente distinto en España y que aquí no nos dividimos en departamentos, sino en provincias. Sin embargo, en traducción institucional no se puede optar por la equivalencia cultural y se tenderá a una traducción lo más literal posible.

Por otro lado, en textos dentro del ámbito institucional pero de carácter menos oficial (por ejemplo, artículos políticos o notas de prensa), se suele tender a la equivalencia funcional, es decir, a la creación de un término neutro que «no traicione» a ninguna de las dos partes. Esto sucede, por ejemplo, con los Departments del Reino Unido, que no son más que ministerios, y los que se encuentran a la cabeza de estos, que allí llaman Secretary of State y que aquí conocemos como ministros. La diferencia entre un Department y un Ministry en el Reino Unido es prácticamente inexistente (por favor, si hay algún experto en política británica en la sala, que me corrija), solo que allí solo llaman «Ministry» al de Defensa y al de Justicia, mientras que los demás son «Departaments». En textos de carácter menos oficial, lo habitual será optar por una denominación descriptiva, ya que el fin de estos documentos suele ser informativo; de este modo, el Department for Environment, Food and Rural Affairs pasará a ser el Ministerio de Medioambiente, Alimentación y Asuntos Rurales: no lo convertimos en su equivalente aproximado español (que sería el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente), pero sí en un organismo cuya función se comprende a la perfección en la lengua de llegada.

Traducción jurídica


He dejado la traducción jurídica en último lugar porque es la más compleja de todas y su análisis detallado daría para un tesis doctoral. Y es que creo que no existe nada más cultural en todo el mundo que el sistema jurídico de un país. Por algo un abogado colegiado en un país determinado solo puede ejercer en su nación y no en ninguna otra.

Las diferencias son especialmente acusadas entre países con sistemas jurídicos radicalmente distintos. Si bien en España, en toda Europa continental y en la mayor parte de Sudamérica, Centroamérica y Asia nos regimos por el derecho continental europeo o romano francés, en los países anglosajones tienen lo que ellos llaman common law, es decir, el derecho anglosajón. Y esto, señores, hablando claro, es un grano en el culo, básicamente porque es un sistema jurídico que no se parece en nada al sistema jurídico que conocemos en España, ni en cuanto a cargos jurídicos ni en cuanto a la fuente de la ley. Pongamos un sencillo ejemplo que todos entenderéis: mientras que un magistrado en España es un juez de categoría superior, en el derecho anglosajón es el escalón más bajo en el sistema jurídico. Y no solo pasa con los magistrados, sino con un montón de cargos y divisiones del sistema jurídico. Aquí la traducción literal no funciona, porque podemos armar un Cristo importante.

En estos casos, una buena solución es optar por dejar estos cargos o divisiones jurídicas sin traducir, puesto que no tienen equivalente en el sistema jurídico español y su traducción literal daría lugar a confusión. La regla de oro es que si no tiene equivalente exacto ni traducción acuñada, no lo traduzcas. Si lo consideras necesario, siempre puedes añadir una nota del traductor para explicar lo que creas oportuno.

Por supuesto, en otros ámbitos del derecho sí que es habitual que existan traducciones acuñadas, sobre todo de leyes. Por poner un ejemplo, the Companies Act, término habitual en cualquier traducción de derecho mercantil, se traduce por Ley de Sociedades Británica (término que, además, se entiende perfectamente en España por su similitud con nuestra Ley de Sociedades).

Se admiten —no, ¡se agradecen!— observaciones, comentarios, opiniones, correcciones y distintos puntos de vista. Al fin y al cabo, la traducción no es una ciencia exacta y existen multitud de formas de abordar el tratamiento de elementos culturales. ¿Cuál es la vuestra?

domingo, 8 de diciembre de 2013

Plantilla de factura y libro registro para traductores autónomos en Excel

Había prometido esta entrada hace ya un tiempo, pero ya sabéis cómo es la vida del traductor: cuando te viene todo el trabajo de golpe, no existe nada más. Pero no tengo este blog para hablar de mí —a pesar de que algunos me digan que puedo usarlo de promoción y para relatar mis aventuras y lo que he traducido o dejado de traducir, pero supongo que el autobombo no es lo mío y no creo que a nadie le interese—, sino de cosas útiles. Y no hay nada más útil para los traductores noveles que algo que les facilite la facturación y la contabilidad, dos palabras que causan pánico nada más oírlas. Por eso he preparado para mis lectores dos plantillas de Excel completas y de muy fácil uso, que comparto con vosotros para que podáis personalizarlas y utilizarlas con vuestros clientes y para llevar vuestra contabilidad.

La primera es una plantilla de factura bilingüe, que os podéis descargar mediante este enlace de Dropbox.

Para empezar, tenéis que introducir vuestros datos personales en la parte superior izquierda. He incluido prácticamente toda la información que os van a exigir vuestros clientes, pero si consideráis que algunos no os van a hacer falta, siempre podéis eliminarlos. Además, hay un hueco en la parte superior derecha para que podáis incluir vuestro logotipo. También podéis personalizar el color del texto (o incluso el tipo de fuente) o del sombreado de las celdas para que se ajusten a vuestros colores de marca. Por último, en la parte inferior de la factura hay una sección para que introduzcáis los datos bancarios y de Paypal o Moneybookers, y que así os puedan pagar (no es tontería, a muchos se les olvida).

Cuando vayáis a preparar la factura de un trabajo realizado, lo primero que tenéis que hacer es introducir el número de factura. Este número debe ser único, es decir, no lo podréis repetir en facturas posteriores. Eso sí, nada os obliga a que la primera factura sea la número 1 y las demás vayan en un orden numérico estricto; muchos numeramos nuestras facturas por fecha: por ejemplo, la primera factura de 2014 sería 2014001, o 20140101 (la factura número 1 de enero de 2014), etc.

A continuación tenéis que poner los datos del cliente; normalmente será el cliente el que os los facilite. Si son clientes de la Unión Europea con número de operador intracomunitario, no os olvidéis de ponerlo igualmente, como haríamos con el NIF si fuera un cliente español: es muy importante para que no tengamos que cobrarles IVA. Una vez introducida la fecha de facturación, ya podemos rellenar los datos correspondientes a los trabajos realizados.

Tan solo tendremos que introducir datos en algunos campos —concepto, tarifa (por palabra o por hora) y unidades (es decir, número de palabras o número de horas)— pues el resto se rellenarán de forma automática con el tipo de IVA y la retención de IRPF actuales. En caso de que a un cliente no debamos aplicarle IVA o no nos retenga IRPF, nos bastará con introducir un cero en la celda correspondiente y el total se calculará de nuevo automáticamente. Podemos acumular varios trabajos en una misma factura y la suma correspondiente al total de todos los trabajos figurará en la fila sombreada. ¡Listo! ¿A que era muy fácil? Ahora solo hay que guardarla en formato .pdf y la podéis enviar a vuestro cliente.

La segunda plantilla es un libro registro con el que llevar la contabilidad y registrar las facturas que emitís y que recibís y que os podéis descargar aquí. Esto es imprescindible a la hora de hacer las declaraciones de la renta y del IVA, así como para presentarlo en caso de que la Agencia Tributaria desee inspeccionaros.

Cada factura que emitís o que recibís (es decir, vuestros ingresos y vuestros gastos relacionados con la actividad laboral), tenéis que registrarla en un libro de cuentas. Al igual que la factura, este calcula algunos campos de forma automática. En el caso de los ingresos, es decir, de las facturas que habéis emitido, debéis introducir el número de factura, la fecha de facturación, el nombre del cliente y su NIF, la base imponible (el subtotal de la factura, antes de sumar y restar IVA e IRPF), el porcentaje de IVA aplicado (actualmente, el 21 %, aunque también puede ser cero) y el porcentaje de retención del IRPF (que puede ser del 21 % o de cero). El resto de campos se completarán de forma automática.

En el caso de los gastos, es decir, de las facturas que recibís para justificarlos, el procedimiento es el mismo, o incluso más sencillo. Debéis introducir el número de factura que figure en esta, la fecha de facturación, el concepto (por ejemplo, la tienda en que comprasteis ese artículo), la base imponible y el porcentaje de IVA aplicado (que varía según el tipo de bien adquirido o de servicio prestado).

De este modo, a la hora de hacer las distintas declaraciones, no tendréis que volver a mirar entre vuestras facturas, pues en este libro las tendréis todas registradas. También podéis evitar tener que sumar todas las cantidades con calculadora una a una gracias a Excel: solo tenéis que seleccionar las celdas con las cantidades que deseéis sumar y en la parte inferior de la pantalla os aparece la suma de todas las celdas. ¡Si es que la informática está para facilitarnos la vida, no para complicárnosla!