sábado, 1 de agosto de 2015

El uso de galicismos en español


Entre los errores más habituales que solemos cometer los traductores se encuentran los calcos, ya sean sintácticos o léxicos, de lenguas extranjeras. Habitualmente, debido a que el idioma del que más se traduce y que más influye en el panorama lingüístico en la actualidad es el inglés, muchos tienden a relacionar directamente todos los calcos y extranjerismos con la lengua inglesa. Como si todos los calcos fueran culpa del malvado inglés.

Sin embargo, antes de que el inglés fuera el idioma con más influencia internacional en todo el mundo, era otra lengua la que interfería en el español y cruzaba nuestras fronteras para impregnar nuestra habla de sus estructuras y su léxico: el francés. Hasta el siglo XX y por medio de diversas fuentes (incluido el derecho francés, del que bebe directamente el derecho patrio), la lengua francesa fue dejando su marca en nuestro idioma por medio de estructuras sintácticas y distintos vocablos que un día dejaron de ser extranjerismos para pasar a formar parte de nuestro léxico propio: jamón, carné, ordenador y bricolaje son algunos ejemplos. Por no hablar de los que tienen que ver con la gastronomía...

Pero no toda la influencia del francés, por muy lejana en el tiempo que sea, llegó a formar parte del español culto. Ahí es donde entran los galicismos: esas estructuras y palabras procedentes del francés impropias de la lengua española, pero ampliamente utilizadas por los nativos. Las autoridades lingüísticas los reprueban, así que lo mejor será evitar su uso para no caer en uno de esos horribles calcos de los que los traductores siempre queremos huir.

En esta entrada consideraremos únicamente los galicismos sintácticos y dejaremos al margen los calcos léxicos.

1. Gerundio especificativo

Muchos piensan que este tipo de error gramatical es por influencia del inglés, pero lo cierto es que se trata de un galicismo. Se caracteriza por el uso de un verbo en gerundio en lugar de una oración subordinada adjetiva que ejerce funciones especificativas.

Incorrecto: Un recipiente conteniendo agua.
Correcto: Un recipiente que contiene agua.

Incorrecto: Se busca dependienta hablando inglés.
Correcto: Se busca dependiente que hable inglés.

Existen dos excepciones a esa norma: agua hirviendo y clavo ardiendo, por formar parte de expresiones comunes en el habla culta.

2. Sustantivo + a + verbo

Este es mi favorito, porque está tan extendido que es difícil explicar a los profanos por qué no deben usarlo. Y es que es otra estructura impropia del español, calcada del francés. Lo cierto es que la RAE ha dado por perdida la batalla y lo acepta en determinados casos, como el económico (cantidad a ingresar) y el administrativo (temas a tratar), pero es bastante ambigua al respecto. La norma general es que si la preposición a puede sustituirse por que o por otra preposición, su uso es incorrecto y deberá emplearse una de las otras opciones. Por ejemplo:

Incorrecto: Asuntos a discutir.
Correcto: Asuntos que/por discutir.

También deben evitarse los usos superfluos, como:

Incorrecto: Mi madre es un ejemplo a seguir para mí.
Correcto: Mi madre es un ejemplo para mí.

3. Sustantivo + a + sustantivo

Otro galicismo muy parecido al anterior. Y es que la preposición correcta para introducir el modo o el medio por el que funciona algo es de, no a.

Incorrecto: barco a vela
Correcto: barco de vela

Incorrecto: camisa a rayas
Correcto: camisa de rayas

La RAE se muestra bastante ambigua en el caso de las expresiones tan arraigadas en el español de España como son olla a presión y avión a reacción y se limita a recomendar el uso de la preposición de, sobre todo si van a ir dirigidas a un público hispanoamericano. Yo esto no lo termino de ver, pero bueno. ¿Qué opináis vosotros?

4. Condicional de rumor

Este me encanta, por la ligereza con la que se usa. Cuando te enseñan que no deberías utilizarlo es como la primera vez que te explican que ese gerundio de causa y efecto que has estado empleando durante toda tu vida es un error. Pero ¿sabéis que es lo peor de todo? Que la RAE no condena su uso, porque no lo considera un error gramatical. No obstante, sí que está desaconsejado por numerosos manuales de estilo, por lo que merece la pena reseñarlo. Por eso y por lo feo que es. En lenguaje periodístico, se trata del uso del condicional para reflejar que una información no está contrastada.

Desaconsejado: El autor del tiroteo habría huido en un vehículo blanco.
Preferible: Es posible que el autor del tiroteo haya huido en un vehículo blanco. / Se cree que el autor del tiroteo ha huido en un vehículo blanco.


¿Echáis en falta algún galicismo que conozcáis?

lunes, 26 de enero de 2015

El encargo de traducción: el flujo de trabajo (2 de 2)

En la entrada anterior, hablamos de las cinco primeras fases que atraviesa un proyecto de traducción: contacto, oferta, confirmación, preparación y traducción. Hoy trataremos las cinco siguientes, las posteriores a la traducción en sí, pero imprescindibles para finalizar un proyecto de forma satisfactoria.

6. Revisión

Cuando corrijo traducciones o pruebas de otros traductores y veo que han cometido errores que podían haber evitado con una simple relectura, mi consejo es siempre el mismo: la revisión es igual de importante o más que la traducción. Nunca subestimes la capacidad que tiene la revisión de mejorar un trabajo. Ya no solo porque con ella se detectan erratas, fallos de concordancia y otros tipos de errores, sino porque también te ofrece la oportunidad de mejorar tu estilo de redacción y, con ello, la calidad de tu traducción. Parece evidente, pero cuando ejerces de revisor te das cuenta del alto porcentaje de traductores que no revisan su trabajo de la forma adecuada.

Existen numerosas estrategias de revisión, prácticamente una por cada traductor y, como este procedimiento es algo muy personal, no voy a ser yo quien te diga cómo tienes que revisar tu traducción, ni qué modo es mejor o peor. Cada maestrillo tiene su librillo, y todo traductor ha de descubrir qué técnica es la que más le conviene. En mi caso, utilizo distintos procedimientos para cada tipo y extensión de texto: no es lo mismo una traducción literaria que un breve texto de marketing. Lo importante es que tu traducción pase por, al menos, dos revisiones y, si es posible, que estén relativamente alejadas en el tiempo, para que tu cerebro lea lo que de verdad pone, no lo que quiere leer. Para textos más largos, puedes imprimirlos en papel para una última revisión; hay traductores que para la segunda revisión cambian el tipo o el tamaño de letra para engañar al cerebro, etc. Hay cientos de estrategias distintas y eres tú quien debe decidir cuál es la mejor para ti.

7. Formato y control de calidad

Una vez terminadas las dos revisiones, es hora de preparar el documento para su entrega: el control de calidad. En esta fase, comprobaremos que la traducción esté «presentable»: en el formato requerido, con coherencia terminológica y estilística, sin ningún tipo de error, etc. Existen diferentes programas para el control de calidad; el favorito entre traductores suele ser Xbench, pero los propios programas de traducción asistida también suelen incluir una herramienta de control de calidad. Con este software puedes asegurarte de que un término concreto siempre lo has traducido de la misma manera, que no hay dobles espacios escondidos por el texto e incluso puedes configurarlo para que te detecte esas erratas que sueles cometer a menudo y que siempre se te pasan en la revisión (por ejemplo, como me pasa a mí, «objetico» por «objetivo» o «al» en vez de «la»).

8. Entrega

Siempre a tiempo y, preferiblemente, con adelanto por si sugiera algún problema. También es importante presentar la traducción tal y como te la solicita el cliente: puede que solo te pida el documento de Word, pero las agencias también suelen solicitar la memoria de traducción del proyecto, los documentos bilingües de Trados o incluso un glosario con los términos que han aparecido en el proyecto. De ahí la importancia de leer bien las peticiones del cliente antes de empezar a traducir

9. Seguimiento

La entrega de la traducción casi nunca supone el fin del proyecto. Lo más normal, sobre todo en caso de encargos de mayor volumen o complejidad, es que durante los días posteriores a la entrega, el cliente o gestor de proyectos siga en contacto contigo para diferentes cuestiones relacionadas: desde un «se me ha olvidado este párrafo; ¿te importaría traducirlo?» hasta documentos de Excel con infinidad de consultas, dudas, sugerencias y modificaciones. El trabajo posterior a la entrega de una traducción es tedioso y, en ocasiones, pone a prueba nuestra paciencia (sobre todo cuando el cliente final, que no tiene ni idea de traducción y, en muchas ocasiones, ni siquiera de español, se empeña en proponernos cambios en nuestro trabajo).

Otra posibilidad dentro de esta misma fase es la llamada por algunas agencias «aceptación de cambios»: una vez que nuestra traducción ha pasado por las manos de un revisor, se nos reenvía el texto para que aceptemos o rechacemos las modificaciones de este. Aunque pueda parecer trabajo adicional (que lo es), yo soy bastante partidaria de esta fase, porque, si el revisor es bueno, nos ayuda a aprender de nuestros errores y no volver a cometerlos; por el contrario, si el revisor es malo o se ha extralimitado en sus funciones, podremos rechazar los desaguisados y asegurarnos de que un tercero no ha estropeado una traducción que, en algunos casos, llevará nuestro nombre.

10. Facturación y control del pago

Y, por último, la fase más importante para nuestro bolsillo y nuestro bienestar económico: la facturación. Ya sea inmediata tras el proyecto o a fin de mes, debemos siempre llevar el control de nuestras facturas y, cómo no, del pago o impago de estas. En estas entradas de hace algunos meses podéis descargaros un modelo de factura e informaros acerca de los métodos de pago más habituales.

lunes, 15 de diciembre de 2014

El encargo de traducción: el flujo de trabajo (1 de 2)

Uno de los principales problemas con los que nos encontramos los traductores al comenzar nuestra vida profesional es el momento de enfrentarnos a lo que muchos llaman el «mercado real de la traducción», que no es solo marketing, tarifas y todos esos aspectos mil veces ya debatidos, sino algo que muchas veces se pasa por alto: un encargo real de traducción. Salimos de la universidad preparados para traducir, no cabe duda; pero la traducción profesional se asemeja más bien poco a lo practicado en el entorno académico, en que solo debíamos preocuparnos por traducir y entregar el texto que nos había encomendado el profesor de turno.

El proceso por el que trascurre un encargo de traducción es mucho más complejo que recibir, traducir, revisar y enviar. El flujo de trabajo atraviesa varias etapas; yo he distinguido diez, de los que, a continuación, detallaré las cinco primeras.

El flujo de trabajo en traducción

1. Recepción de la solicitud de servicio

Es evidente que todo encargo de traducción nace con una llamada o un correo electrónico del posible cliente. Cómo ha llegado a nosotros ese cliente es otro tema (aunque nunca viene mal averiguarlo, para saber qué canales de marketing debemos potenciar): el encargo de traducción comienza en el preciso instante en que leemos (o escuchamos) la solicitud de nuestros servicios por parte del posible cliente. En esa solicitud, es probable que se detalle el tipo de encargo que se desea (traducción, traducción jurada, interpretación, corrección...), la combinación lingüística y otros detalles (como el número de palabras), la temática de la traducción o el propio documento adjunto (o un fragmento de este), la fecha límite de entrega, etc. Cuando más conocimientos tenga el cliente del mercado de la traducción, más detalles facilitará: no es lo mismo el gestor de proyectos de una agencia —acostumbrado a solicitar servicios de traducción, por lo que sabe que proporcionar cierta información facilita el primer contacto con un traductor— que un particular que nunca antes ha contratado servicios de traducción. Si consideras que falta información fundamental para ofrecer tu propuesta, no dudes en solicitarla antes de comprometerte con una oferta en firme. Si el cliente se muestra reticente a facilitar ciertos datos por confidencialidad, siempre tienes la posibilidad de proponer una oferta aproximada, que podrá variar tras la obtención de esos detalles que te faltan. Así, no te comprometes con una propuesta en la que puedas salir perdiendo.

2. Envío de la oferta

Aunque el posible cliente se haya puesto en contacto contigo por teléfono y ya hayáis acordado los términos de la colaboración, es importante que la propuesta se la hagas llegar por correo electrónico: así habrá constancia por escrito de lo pactado. Esta fase consiste en enviarle al cliente todo lo necesario para que pueda evaluar tu oferta: un presupuesto detallado que incluya las condiciones del servicio, como fecha de entrega, forma de pago, etc. Si el cliente es una agencia de traducción, es probable que cuente con sus propias condiciones de colaboración con traductores. Yo nunca suelo preguntarlas en el primer contacto, sino una vez que mi propuesta ha sido aceptada. Sea en el momento que sea, si no estás de acuerdo con la política de la agencia de traducción, tienes todo el derecho de rebatirla y proponer unos términos que te convengan. Lo peor que te puede pasar es que no acepten tus condiciones y que no trabajéis juntos. Más se perdió en Cuba.

3. Recepción de la confirmación (o no)

Si el cliente acepta tu propuesta, se abre ante ti un mundo de arcoíris y unicornios. Pero no hay que olvidarse de los últimos flecos antes de empezar a traducir a lo loco. Pregúntale al cliente todas esas dudas que puedas tener antes de empezar. ¿Hay que seguir un glosario o un manual de estilo concretos? ¿A quién va dirigida la traducción? ¿Existen traducciones previas relacionadas? También es el momento de pactar esas condiciones en las que, en principio, traductor y cliente no estaban de acuerdo. No empieces a traducir hasta que esté todo cerrado. Si es posible, solicita una orden de compra o nota de pedido (en inglés, purchase order), para dejarlo todo atado y bien atado ante posibles discordancias.

Ahora bien, ¿y si el cliente no está de acuerdo con algunas de las condiciones de la oferta? Es el momento de negociar. Quizá si das ligeramente tu brazo a torcer en algunos aspectos ganes más de lo que podrías perder. Piensa en lo que te conviene y en lo que no. Seguro que llegáis a un acuerdo en el que ambos salgáis ganando. Si no, hay tantos clientes como peces en el mar.

4. Preparación previa a la traducción

Una vez recibidos los archivos y confirmadas las condiciones de trabajo, no podemos ponernos a traducir a lo loco. Es fundamental un proceso preparatorio que puede definirse en tres palabras: documentación, documentación y documentación. Bueno, y preparación de los archivos: transformación de PDF a un formato editable, creación de un proyecto en Trados, etc. Pero, sobre todo, sin documentación no hay traducción. Documentarse no es solo buscar glosarios especializados; es hacerse con textos paralelos, saber si se ha traducido algo para esa misma empresa o ese mismo producto, empaparse del estilo de las traducciones anteriores para mantener la coherencia. Ya, ya lo sé: es un trabajo poco agradecido, pero tiene su recompensa. Por ejemplo, una buena traducción. ¿Te parece poco?

5. Traducción

Sí, por fin, en el quinto paso, ha llegado el más deseado, el que más nos gusta a todos: traducir. Pero eso no implica que vayas a olvidarte de los pasos anteriores. Hay que seguir en contacto con el cliente por si te surge alguna duda en la traducción, que surgirá, dalo por hecho. En tal caso, es mejor apuntar todas las dudas que vayas teniendo y consultarlas con el cliente de golpe: así te ahorras ponerte en contacto con él varias veces, lo que ocasiona una importante pérdida de tiempo para ti y numerosas molestias para el cliente. Además, todos sabemos lo ocupados que están siempre clientes y gestores de proyectos; si podemos ahorrarles inconvenientes, estarán eternamente agradecidos. ¿Y lo cómodo que es para nosotros tener todas las dudas resueltas en un solo documento?

Hasta aquí los pasos previos a la traducción. En la próxima entrada, todo lo que va después, que no es poco.

lunes, 20 de octubre de 2014

¿En qué me especializo?: la transcreación

Por petición popular, hoy voy a retomar la serie sobre especializaciones en traducción que comencé con la traducción para el sector turístico. En esta ocasión, hablaré de una de las especialidades de moda en los últimos tiempos: la transcreación.

¿Qué es la transcreación?

Parece imposible que una pregunta a priori tan inocente pueda acarrear tanta polémica. Y es que la denominación de «transcreación» ha suscitado todo tipo de recelos y debates entre traductores. En teoría, transcrear es algo más que simplemente traducir: tal y como indica su nombre, es traducir y crear, adaptar la traducción a una cultura y a un lenguaje comercial determinado con el objetivo de que resulte más atractiva para los posibles clientes a los que se dirige el texto. En resumen, una traducción lo más alejada posible de la literalidad. Pero, al fin y al cabo, ¿acaso no es eso traducir? Cuando hablamos de traducir, presuponemos que no nos referimos a una traducción literal, ya que toda buena traducción (en especial en campos más creativos y menos técnicos) es una adaptación a una cultura determinada. Si nos guiamos por la definición original de transcreación, llegaremos a la conclusión de que toda traducción (bien hecha) es transcreación (y que toda transcreación, por muy rebuscada que sea su denominación, no es más que traducción). ¿Y no os suena todo esto a la misma polémica que siempre ha habido con «localización»?

Sin embargo, más allá de la definición más purista, la tendencia actual es la de denominar «transcreación» a la traducción publicitaria, como un sinónimo más glamuroso de esta (al igual que se acabó denominando «localización» a la traducción de productos informáticos). Así, un transcreador es alguien que se dedica a la traducción publicitaria o creativa. Y, desde este punto de vista, la definición clásica de transcreación cobra todo su sentido, pues la traducción de textos publicitarios tiene mucho más de creación que de traducción.

Son susceptibles de transcreación los anuncios publicitarios en distintos soportes (para prensa, vallas publicitarias, televisión, radio, internet...), pero también todo tipo de documentos que tengan como objetivo incitar al consumo de un producto con un lenguaje más o menos comercial y creativo: catálogos, folletos publicitarios, presentaciones comerciales, entradas de blog, publicaciones en redes sociales, etc.

Competencias necesarias

Para transcrear, primero son necesarias las mismas competencias que para traducir: dominio de las lenguas de partida y de llegada y un conocimiento exhaustivo de la cultura del país al que va dirigido el texto. En este caso, el elemento cultural es si cabe más importante que en otros ámbitos de la traducción, ya que el transcreador ejercerá oficialmente de asesor cultural del cliente y podrá solicitar la modificación de todos los elementos del anuncio que considere que no se adecuan a sus objetivos (por ejemplo, los colores o las imágenes).

Además, uno debe conocer a la perfección el producto con el que se está trabajando y el mercado al que se dirige, no solo para poder resolver posibles dificultades léxicas, sino para saber cómo llegar al público adecuado. No es lo mismo dirigirse al segmento de mercado que va a comprar una cerveza que el que va a comprar una base de maquillaje. Incluso dentro de las bases de maquillaje, va a haber distintos públicos objetivos según la marca: el lenguaje publicitario será distinto para anuncios de marcas de bases de maquillaje de 5 € que de aquellas que las venden por 40 €. 

El informe (briefing) del cliente nos indicará a qué segmento de mercado va dirigido el anuncio, la imagen que pretende trasmitir y qué es lo que desea vender. A partir de ahí, tenemos que ponernos en el lugar del cliente: ¿qué quiere oír el público objetivo sobre nuestro producto? ¿Qué lenguaje anima a comprar a un sector determinado de la población? ¿Con qué se siente más identificada una mujer de 18 a 25 años de clase media? ¿Y un hombre de 45 a 60 años de nivel socioeconómico alto? ¿Y un ama de casa de 25 a 45 años?

Pero la capacidad fundamental para ofrecer una transcreación de calidad y a la altura de las expectativas es la creatividad. El traductor debe ser capaz de abstraerse de la forma, de las palabras, para tomar una idea —un mensaje, una imagen, una intención— y trasmitirla con todos sus matices a su lengua de llegada. Esto es especialmente importante en traducciones de eslóganes que cuenten con juegos de palabras y otras dificultades lingüísticas que exijan la total reformulación del contenido.

Las dificultades de la transcreación

Además de las dificultades comunes a cualquier ámbito de la traducción, la traducción publicitaria cuenta con dificultades propias inherentes a esta especialidad. Ya he nombrado la posible existencia de juegos de palabras en eslóganes de marca o de un producto, en los que también pueden aparecer referencias culturales o simbólicas: al logotipo de la marca, a la forma o a los colores del producto, al protagonista del anuncio o a la celebridad imagen de la marca...

También es un problema, en ocasiones, adaptar un mensaje a un espacio muy reducido; en otras palabras, decir mucho en un espacio muy limitado como es un eslogan. Las palabras polisémicas o que evoquen imágenes o ideas en el idioma de partida no tienen por qué contar con una correspondencia que evoque lo mismo en la lengua de llegada. En estos casos, si «traducimos las palabras», no estamos traduciendo la intención. Por ello, tendremos que alejarnos de la forma para trasmitir el fondo: crear un nuevo contenido, pero con el mismo mensaje que deseaba trasmitir el original. Eso es transcrear.

Y a ti ¿te llama la transcreación? ¿Has pensado en dedicarte a ella? ¿Crees que en las universidades españolas se recibe la formación suficiente en traducción publicitaria o echas en falta más información al respecto? Por cierto, os dejo un reto: ¿alguno se atreve a proponer una traducción para los dos anuncios que he incluido como imágenes?

martes, 8 de julio de 2014

Aprende a enfrentarte a las quejas de los clientes

Desde siempre he creído firmemente en la teoría de que todo buen profesional, de cualquier disciplina, es, en mayor o menor medida, arrogante por naturaleza, y que es precisamente esa arrogancia la que lo diferencia de los profesionales mediocres. Al fin y al cabo, la arrogancia suele ser consecuencia de la seguridad en uno mismo, en su trabajo: ¿acaso no da más confianza alguien que está seguro al cien por cien de que ha entregado un trabajo a la altura que alguien a quien le asaltan las dudas sobre la calidad de su obra? Sin embargo, por muy buenos que seamos, hay algo que tenemos que afrontar: no somos infalibles y nos vamos a equivocar. No una vez ni un par de veces, sino muchas. Incluso muchísimas. Y ahí es cuando entra en juego la siempre necesaria humildad, uno de los principales signos de profesionalidad, para nada incompatible con la seguridad en uno mismo. De hecho, cuando mejor se muestra el buen hacer de un profesional, en nuestro caso, de un traductor, es a la hora de enfrentarse a las quejas de un cliente, tenga razón o no.

Durante los años que llevo trabajando de traductora autónoma, me he dado cuenta de que los traductores más humildes que he conocido son aquellos que llevan décadas en ejercicio, mientras que la arrogancia de los más inexpertos es insultante. Y, ojo, yo me incluyo en este último grupo, por el que creo que hemos pasado todos: la propia inexperiencia, por puro desconocimiento e ignorancia, te hace creerte más de lo que en realidad eres, hasta que te pegas el batacazo. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de todo lo que me queda por aprender y por mejorar, y la única forma de hacerlo es saliendo de la burbuja, siendo humilde y aprendiendo a aceptar tus limitaciones y tus errores. Esto, además de una colleja hacia mi yo pasado, es un aviso a los recién llegados: todos creemos que vamos a comernos el mundo, que somos los dueños de la sabiduría y la razón universal, que valemos más que nadie y que estamos por encima del bien y del mal; nos otorgamos la autoridad de mirar con suficiencia a los demás simplemente porque creemos ser mejores que ellos, tener más o mejor trabajo, haber llegado más lejos (y digo «creemos» porque, en la mayoría de los casos, será solo fruto de nuestra imaginación y nuestro hinchado ego). Pero lo cierto es que, a los veintitantos años, uno no ha conseguido absolutamente nada en la vida ni en el trabajo, más que lograr meter la cabeza en el sector. Y esto es algo de lo que uno no se da cuenta hasta que, como diría toda madre que se precie, madura; en este caso, madura profesionalmente.

Una de las consecuencias de la falta de madurez y, con ello, de humildad, es no saber enfrentarse de la forma adecuada a las quejas y críticas de los clientes. ¿Cómo va a estar una traducción mía mal? Seguro que el que la ha revisado no tiene ni idea. Muchos habréis pensado esto cuando os ha llegado una corrección, una prueba de traducción no superada, una queja de un cliente. Sí, es posible que el cliente se equivoque, porque no siempre tienen la razón, pero es muy probable que el que se haya equivocado hayas sido tú. Siempre da por hecho que el cliente tiene motivos para quejarse o para no aprobarte esa prueba de traducción o para pedirte que modifiques algunas partes de tu trabajo. Y acéptalo con humildad, no como un ultraje ni una ofensa: todos nos equivocamos, pues somos humanos. Si sabes reaccionar bien ante la situación, siempre ganarás puntos con el cliente, muchos más que si hubieras entregado una traducción perfecta, si es que existe. Sé imparcial ante la situación y aprende a reconocer tu error. Si de verdad lo has cometido, soluciónalo lo antes posible y compórtate como un verdadero profesional: tienes la oportunidad no solo de enmendarlo, sino de mostrar a tu cliente que eres alguien digno de confianza. Es lógico que prefieran a un traductor de quien tienen la certeza que les solucionará cualquier problema que pueda surgir antes que a uno que se niega a cumplir con sus solicitudes por su arrogancia o porque su «traducción no tiene ningún error».

Si una vez que has repasado tu traducción con humildad e imparcialidad te das cuenta de que, efectivamente, no hay ningún error ni ningún motivo objetivo por el que quejarse de tu trabajo, aplica la misma profesionalidad en tu respuesta al cliente. Si notas que te hierve la sangre por culpa del inútil del revisor que no sabe hacer bien su trabajo, no respondas de inmediato. Tómate un descanso y escribe tu contestación pasados unos minutos (o unas horas) para evitar ponerte a la defensiva. Yo soy especialista en redactar correos electrónicos larguísimos y borrarlos sin enviarlos, en cuanto me he dado cuenta de lo insensata que estaba siendo. Si, en vez de ponerme a descargar mi ira contra las teclas del ordenador, me hubiera preparado una infusión y me hubiera puesto a leer durante quince minutos, me habría ahorrado unas cuantas úlceras. Responde al cliente con tus argumentos para defender tu traducción de forma profesional y, si es posible, documentada, y te estarás ganando un cliente que confiará en tus capacidades de por vida.